← Boletín 8 - Mayo 2020

IntercambiEIS
Boletín digital de Educación Integral en Sexualidad para América Latina y el Caribe

Voces que transforman (2)

Entrevista a Maritza Melara
Lic. en Administración y Máster en Integración de personas con discapacidad. Es Docente, Consultora y Asesora en DDHH, tanto en El Salvador como en otros países. Fue Asesora de personas con discapacidad en la Secretaría de Inclusión Social de El Salvador. 


Por: Equipo Editorial IntercambiEIS

¿Cómo está El Salvador en relación a la EIS?

En El Salvador no tenemos una ley de Educación Integral en Sexualidad. Las acciones, generalmente, vienen por el lado del Ministerio de Salud. Hace 15 años hubo una fuerte iniciativa para promulgar una ley sobre Educación Sexual pero no prosperó. En este aspecto, los gobiernos son muy cautelosos y existe un “veto” generalizado, estructural, debido a que prevalece la religiosidad, y mira que yo soy católica practicante, pero se observa esta situación. Los grupos de mujeres han logrado, como movimiento, poner en agenda algunos temas, pero no contamos aún con una ley de Educación Integral en Sexualidad.

Podría decirse que los temas referidos a Educación Sexual no se vienen dando desde lo institucional, y ello genera que la población, muchas veces, no tenga estos temas incorporados. Sí se han generado programas de salud, específicamente en lo relativo al VIH, desde mesas articuladoras. De estas mesas participa el colectivo LGBTI, es allí donde la perspectiva de género y discapacidad, aparecen. Debemos aclarar que el mito que une el HIV con el colectivo LGBTI, suele ser la base de ciertas políticas de las procuradurías.

Con respecto a la población indígena, cabe aclarar que, en las mesas articuladoras, prácticamente no hay participación en temas de género, Educación Sexual y discapacidad, solamente la participación se da en temas artísticos o culturales. 

En El Salvador existen 262 municipalidades o alcaldías, las cuales, por el tipo de administración, constituyen la unidad primaria dentro de la organización estatal. Muchas alcaldías piensan la inclusión desde la idea de rescatar la cultura indígena, las lenguas originarias y sus costumbres. Sin embargo, los temas de discapacidad en los pueblos originarios no se abordan, hay un ocultamiento de la discapacidad. Por ejemplo, cuando nosotros invitamos a la juventud, a trabajar en las mesas de articulación, nunca envían representantes con discapacidad, sólo llevan sus voces los representantes. Te cuento una historia, hace un tiempo conocimos a una adolescente indígena, en silla de ruedas. Ella sufrió un abuso sexual durante su primera menstruación, pero para su cultura esta práctica no revestía un abuso, significaba una tradición. La niña resistió y logró narrárselo a su profesora. Ella encontró un espacio para hablar en la escuela, la confianza para contarlo la halló en esa profesora, el respaldo lo descubrió en el sistema educativo. Luego logró separarse de esa situación. Hay que seguir trabajando y construyendo espacios de confianza, de respaldo.

¿Qué rol cumplen las familias frente a la discapacidad? ¿Qué mirada predomina? ¿Qué consejo podrías transmitir a las familias que conviven con personas con discapacidad?

Los vínculos afectivos son esenciales para la lograr la inclusión, la igualdad. En mi familia, sobre todo mi madre, no me trató nunca como “inútil”, no había sobreprotección.

Pero tengo amigos que se criaron en familias donde predominaba la idea de “niños especiales”, es decir, los cuidaban para que no se ensuciaran, por ejemplo, desde la mirada de sobreprotección. Pero eso, creo que depende mucho de la clase económica, yo nací en un lugar pobre, es decir, no había gente que me ayudara, no existía ese recurso como algo cotidiano, mi madre distribuía las tareas entre mis hermanos y yo, a la par. 

Déjame que te cuente, que la familia salvadoreña consiente al hijo menor, yo soy la menor, soy mujer y tengo una discapacidad, o sea que me podrían haber consentido, pensándolo desde un aspecto machista de la sociedad. Pero no fue mi caso, somos cinco hermanos, y desde antes de la polio, mi madre me crió muy independiente. Cuando era pequeña jugaba más con niños que con niñas, porque me llevaba mi hermano mayor, no me daba opción. Pero eso me enseñó a defenderme, no permito que vulneren mis derechos. He sido víctima de acoso laboral, sexual, de muchas discriminaciones. Pero tengo herramientas para defenderme. Te doy un ejemplo, para que comprendamos la mirada que predomina: si hay un grupo de niños, y uno de ellos tiene una discapacidad y se rompe una taza, inmediatamente se presupone que fue él o ella quien tiró la taza, por todos los prejuicios y supuestos que tenemos.

Sé que mi madre, Juanita, tuvo que luchar contra mucha inferencia, contra un paradigma. Y, aunque sé que ella lo sufría, me obligaba a valerme por mí misma, me permitió ir a la escuela, aunque las y los vecinos pensaran que yo no iría a trabajar en un futuro. Ella siempre me dio una opción, siempre me preguntó, siempre sentí su apoyo afectivo.” 

¿Cómo fue tu experiencia en educación superior? ¿Cómo marcaron tu trayectoria educativa las y los docentes? ¿Qué revisión debería hacer aquí la EIS, como formación docente?

Tanto la primaria, como la secundaria fueron positivas, sin discriminación, aunque invisibilizadas. No había ley de discapacidad. Recién luego de la guerra civil (entre 1979 y 1992), se promulga la ley de discapacidad, por la cantidad de personas que sufrieron daños corporales. Es decir, que como tema de agenda nacional es reciente. Sufrí más malos tratos a mis 20 años, que a los siete. En la Universidad lo más suave que me dijeron fue que nunca me iba a graduar. Por ello, a veces siento, haciendo una retrospectiva, que antes era mejor, hay aspectos en los que hoy, a mis 51 años, siento que no se ha avanzado.

Te cuento que hablando con las amigas de mis sobrinas, siento que la sociedad retrocede abismos. Ellas a sus 24 años tienen una “mirada rosa”, es decir, están buscando un “príncipe azul”. Me pregunto qué hemos hecho… Hay un núcleo muy interesante, creo que se han tergiversado muchas ideas, muchos conceptos en el sistema escolar. Hay mucha confusión, porque no hay una fuerte formación en DDHH. No hay una Educación Sexual pensada desde la inclusión. La Educación Sexual sólo se piensa desde un tema de salud, específicamente desde la salud reproductiva, desde allí la fertilidad, y pensar los embarazos como una carga. Insisto, no lo ven desde la inclusión y negamos la sexualidad, menos miramos la relación entre sexualidad y discapacidad. Los prejuicios han logrado estar bien posicionados en las instituciones.

Retomando el embarazo, o la maternidad y la paternidad, veo que hay mujeres que lo detestan, mientras que, para algunos hombres, reviste una gran responsabilidad, una carga. Actualmente en El Salvador, la legislación, obliga a los varones a pagar una cuota alimentaria a sus hijos e hijas, si no lo cumplen,  no pueden  salir del país, tampoco pueden optar por cargos públicos.  Pero esto puede cumplirse con algunos varones, porque, si intersectamos o ampliamos el análisis, encontramos que muchos están trabajando en la informalidad. Te cuento esto para resaltar la falta de inclusión, las medidas, algunas muy correctas, suelen tomarse aisladamente.

Muchas veces, cuando hay hijos o hijas con discapacidad, se los piensa como una bendición, sin embargo, lo que se vive no es feliz. Hay muchos prejuicios y una gran invisibilización. Por ello insisto, se debe dar una formación inclusiva y constante a los docentes. La figura del docente cala en cada estudiante, entonces deben estar munidos de herramientas asertivas, empatía, de conciencia, de libertad.

Maritza, hablas de lo asociativo, de la conciencia colectiva: ¿cómo encontraste esos espacios? ¿Qué rol cumplen? ¿Cómo se deben propiciar desde las políticas públicas y educativas?

Es fundamental. Agradezco tanto a las asociaciones, porque me enseñaron a integrar los DDHH y discapacidad, a partir de las instancias colectivas mi vida dio un cambio total. En la colonia donde vivía cuando era pequeña, había dos niñas más con discapacidad, pero nunca les hablé. Por muy independiente que era, no conocía realmente mis derechos.

Te cuento algo que me pasó en secundaria, en uno de los años me iban a cambiar de sección por el elevador, es decir, mis compañeros ya no iban a ser mis compañeros porque esa sección iba a estar en otro piso, por lo tanto, era más sencillo cambiarme a mí de sección. Ante esto, mis compañeros lucharon por el cambio, para que no me sacaran de la sección, ellos me iban a ayudar a subir, fueron a hablar con los directivos y durante todo el año me ayudaron, para no separarnos como grupo. En ese momento pensé que era un favor, pero hoy veo que no era un favor, que se trataba de un derecho y eso lo aprendí en la asociación, en lo colectivo.

Hay diversidad humana en todos los espacios y las luchas llevan diferente ritmo. Y a pesar de haber mezquindad humana, hay puntos de encuentro. Compartir con tus iguales, te permite crecer, desarrollar habilidades para la vida, que de otra manera no se aprenden. 

¿Sabes cómo aprendí lengua de señas? Porque un vecino me pidió unas clases de computación para un grupo de mujeres sordas. Él les daba pintura y habían recibido una computadora, pero nadie sabía usarla. Al principio iba sólo los sábados, pero me sentí muy cómoda, las compañeras fueron muy hospitalarias y aprendí la lengua de señas. Terminé yendo todos los días, a la salida del trabajo o de la universidad, me ayudó mucho, cambió mi perspectiva para mejor. Ya no soy miembro de la organización, pero está el afecto, siempre estoy. Todos deberían experimentar lo asociativo, para realmente comprender más sobre DDHH, género, equidad. Los guetos no ayudan, todas las personas deberíamos compartir con el colectivo, comprender, acercarnos, porque al acercarse la actitud cambia, la manera de mirar la propia vida muta.

Tengo tres sobrinas, las quiero como si fueran mis hijas, prácticamente lo son. A una de ellas, Michell, la expulsaron de un colegio religioso. En clases, la monja, estaba hablando sobre ser compasivos con los “inválidos” y darles ayuda, estaba dando un mensaje de revictimización. Michell pidió la palabra y le dio un discurso de DDHH, le explicó que debía hablar de discapacidad, o sea, le dio todo el rollo de la tía y la expulsaron, a sus 9 años, ahora tiene 30. Ella se crió conmigo desde sus cuatro años, tenía la mirada del respeto a la diversidad, a través de la experiencia, generó esas habilidades. 

¿Cómo está viviendo Maritza la cuarentena?

Hoy platicaba, desde lejos, con una vecina, me contaba del cansancio que le ha traído la cuarentena, de la demanda de su esposo, a toda hora le pide comida, pero no lo percibe como violencia, veo una naturalización de la violencia. En otra conversación, una vecina me contaba que espera a que pase la cuarentena para no estar con su pareja, quería que se fuera de la casa. Es decir, no estamos preparados para la convivencia, estamos acostumbrados a la vida individual, poco tiempo estamos en casa, poca calidad de vida familiar tenemos. Aquí, en nuestro país, han habido cinco femicidios en lo que llevamos de cuarentena. Hay mucha violencia intrafamiliar y hay violencia en toda la sociedad. Nos debemos replantear la vida misma.

En mi caso, vivo con mi mamá, ella ya tiene más de 80 años, nuestra cotidianidad ha cambiado mucho. Nos estamos organizando bastante bien, salgo cada 15 días para comprar comida. En cuanto a mi madre y a su edad, reparo en que ahora no hay paseos juntas, y ello genera más nivel de stress. Pasa una de mis hermanas, diariamente para acompañarnos un rato, pero me doy cuenta de que no le tiene tanta paciencia, es decir, hoy, debe haber más respeto y amor en la convivencia.

Me he puesto aros rojos para la entrevista, es mi color favorito [explica con una sonrisa en su rostro].  En esta cuarentena, como te decía, ha cambiado mi rutina, quien es mi asistente personal, hoy, por lo que estamos viviendo, no puede venir, por lo tanto, el baño, la ropa, todo ha variado. Mi hermana es quien me ayuda, es decir, otra mujer, porque estas actividades no se las pediría a mi hermano, y en esto debemos reflexionar también, en esta distribución de las actividades reproductivas.

El confinamiento, creo, que lo llevamos mejor quienes tenemos discapacidad, es lo cotidiano, el encierro en esencia, nos ha constituido. Hemos dejado de ir a fiestas, a la playa, es más, ni te preguntaban si querías ir, muchas veces decidían por nosotros. Por ello, digo que el confinamiento lo llevamos mejor, pero hay otras implicaciones, ante el COVID-19 no nos darán un respirador, porque nuestra vida vale menos, parece, de hecho, en los sitios de emergencia que han construido para esta pandemia hay escaleras, es decir, no hay rampas.

¿Observas una contradicción o hipocresía entre los discursos y las prácticas políticas con respecto a la temática discapacidad?

No creo que haya hipocresía, pero sí veo un menosprecio hacia las personas con discapacidad. Si todas las personas tuvieran el chip de la inclusión, desde los DDHH, la sociedad sería mejor.

Quizás la inclusión hacia la discapacidad queda en los discursos políticos, en los discursos pedagógicos, pero muchas veces en las prácticas no se vive. Las acciones, los avances vienen de la lucha de las personas, de las asociaciones. Las acciones gubernamentales, cuajan en políticas públicas por la presión de los grupos, de los colectivos, de las organizaciones internacionales. Hay, hoy, un retroceso en las políticas de DDHH, con esto, me refiero a que se eliminaron las estructuras que se encargaban de las políticas para adultos mayores, para el colectivo LGBTI y de las políticas para discapacidad. Se eliminaron instituciones y programas, sin haber creado otras, esta manera de ser invisibilizados, genera menosprecio. 

Antes de despedirnos, nos gustaría que compartieras una reflexión más.

Me gustaría hacer un llamado, una invitación, que todas las personas con y sin discapacidad se involucren con diferentes asociaciones, para generar equidad, para percibir a las personas con discapacidad como sujetos plenos de derechos, para que todas las personas sean vistas. Las políticas de DDHH deberían contemplar una real inclusión, que los presupuestos contemplen siempre la discapacidad, para que impacten efectivamente en la vida de las personas. De esta manera podremos avanzar y cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para que realmente se pueda experimentar que nadie quede atrás. Muchas veces la limitación presupuestaria incide, pero pensando desde la mirada de la inclusión, las cosas cambian. 

Para nosotros, una escalera es el 90%, la diferencia entre el cielo y la tierra, por ejemplo, cuando haces un trámite o una denuncia, pero luego te encuentras con los aplicadores de justicia y muchos de ellos no tienen esta mirada desde la inclusión. Hay que pensar políticas que garanticen la accesibilidad tanto física como a nivel de comunicación, hay avances, pero aún quedan muchas barreras.

No queremos que nadie decida por nosotros, por nosotras, merecemos ser escuchadas, somos personas sensatas, maduras. Necesitamos políticas inclusivas, con perspectiva en DDHH.