Entrevista a Carlos Strasser: “Los políticos perdieron iniciativa”

Publicado en http://www.rionegro.com.ar
Domingo 26 de mayo de 2014
Por Carlos Torrengo
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“Los políticos perdieron iniciativa”

Convencido de que la democracia “tal cual la imaginamos es demasiado simple”, Carlos Strasser advierte que el personalismo de vieja data en el país ha desnaturalizado el funcionamiento del sistema.

— En el 2011 usted produjo un artículo que generó interesante debate, al menos en el plano académico. Habló de la democracia en términos del “rey desnudo”, considerando sus déficits actuales para dar respuestas. Semanas atrás, “The Economist”, pivoteando en esa línea, dijo que la democracia se encamina a tornarse cada vez más deficitaria. ¿Hacia dónde marcha la democracia?

— En el artículo que usted menciona yo advertí que quizá fuera “políticamente incorrecto” decir que las cosas no andan bien en relación a lo que entendemos por democracia en “stricto sensu”. Pero hay que hacerlo. La evolución de la historia en la que estamos inmersos me genera una conclusión: la democracia tal cual la imaginamos, formateamos, etcétera, es demasiado simple como sistema de manejo del Estado para trabajar sobre los problemas actuales. Conduce sociedades bajo expansión masiva, enormes espacios bajo inevitable fragmentación de expectativas de intereses, aspiraciones, ¡posibilidades!… Todo un mundo que no se queda quieto. Se activa desde posiciones que hacen a la defensa de derechos, exigencias que en millones de casos son reclamos destinados nada más que a sobrevivir…

En el marco de esta dialéctica, ¿hay un núcleo duro que resume las limitaciones de la democracia?

— Desde hace más o menos una década me pregunto y reflexiono sobre cuánto de poder y de representatividad tienen, ante esa dialéctica, los dirigentes legítimamente elegidos de tanto en tanto. A lo que se suma que en general no tienen mucho apego a consolidar representatividad, instituciones mediante conductas nada democráticas, pero hablan de democracia. Sin embargo en los hechos, la política y la dirigencia política, han perdido iniciativa ante los procesos en curso que mudan y mudan lo que siempre fue el espacio que le daba sentido a la política y los políticos: la gente, y ahora la expansión del número de gente. Van a la rastra de los acontecimientos.

¿Estamos entonces ante una triple causal de desgaste de la democracia: la presión que deviene de la cantidad, las limitaciones que esto genera a la representatividad y la conducta de la dirigencia?

— Puede ser leído así. En mi escrito del 2011 yo sostenía -y mantengo- que la democracia de nuestro tiempo no es la democracia ideal. Es la real, la concreta, la lograda, o sea algo menos que la posible. Y esto se expresa, claro, en el campo del orden político. Vivimos… hamacándonos entre la vigencia de cierto estado de derecho, en parte vigente y en parte recortado. ¿O no es esto lo que sucede en nuestros países? Por supuesto, no estamos en dictadura. Estamos en este tipo de democracia, elegimos y ahí, en ese acto, nos ratificamos en que la democracia es la soberanía del pueblo.

¿Y entonces?

— ¡Y entonces!… Entonces quizá lo que decía Rousseau: que al día siguiente de votar, los ingleses volvían a ser esclavos. Y aquí, al día siguiente de legitimar vía el voto a un gobernante, ese gobernante hace lo que quiere con nosotros. Estamos ante democracias que se fundan, poco más o poco menos, en el hecho electoral. Su argumento: el hecho electoral. Lo que sigue suele ser, o es, otra historia.

¿Pesimista?

— No, no… y a esto me refiero en muchos de mis trabajos. Incluso sostengo que podría ser definido de escéptico y pesimista del tipo de Max Weber, es decir de mirar descarnadamente el tiempo que nos toca y relatarlo, reflexionarlo con honestidad, lo cual implica decir las cosas por su nombre…

Sin embargo en sus trabajos usted se muestra muy convencido de que -aun en el marco de estas democracias reales, palpables en términos de sus alcances- les cuesta demoler el estado de derecho. ¿Cómo es esto?

— No hablo de que les cueste o no. Digo que en todo este marco, el estado de derecho es una construcción fuerte, con mucha historia. Las sociedades saben lo que es el estado de derecho, sus alcances. No es un relato cercano: es un legado que viene de lejos y que, de una manera u otra, siempre está o puede ser invocado, aun en las instancias, en los períodos más oscuros de la historia de una sociedad y que suelen todavía estar muy cerca en nuestra memoria. Es más, lo he definido como una especie de póliza de seguro de vida que tenemos cada uno de los seres. Yo sé que es complejo pensar en el estado de derecho cuando se está sometido por la pobreza, la marginalidad, pero el estado de derecho siempre puede ser activado. Y este es un capital para quienes vivimos en estas democracias reales. Democracia como la nuestra, con un gobierno que en una de sus decisiones de mayor calidad, ayudó a colocar en escena una muy digna Corte de Justicia de la Nación; pero de unos años a esta parte, este mismo gobierno, busca filtrar a la Justicia en función de intereses de variado orden. Podemos decir que tiene mucha carga de “formal”, más que de “genuino”, pero el estado de derecho está. Y no podrán derrumbarlo. Hay que activarlo y activarlo… llevarlo adelante. Si eso no sucede, estamos muy perdidos…

Un clásico suyo ha sido, a lo largo de al menos los últimos 15 años, insistir en que la política debe recuperar ideología…

— Terminar con el apagón ideológico. Aunque aquellos que hablaban del fin de las ideologías expresaban ideología pura…

¿Qué garantizaría política con ideología recuperada?

— Por lo pronto organización de ideas y fundamentos, razones, líneas argumentadas relacionadas con los intereses que se representan. No todo es igual en política. No todos hablan desde el mismo prisma de pensamiento. Decir que se sobreentiende que hay que luchar contra la pobreza no implica que todos estemos de acuerdo en cuanto al por qué, a las razones que alientan la pobreza ni que estemos de acuerdo a cómo enfrentarla… Y estas diferencias hacen a dictados de interpretación de la política, la sociedad… Se trata de ideología…

Está desde hace varias décadas acostumbrado a reflexionar a la sociedad argentina, entendiendo por tal al conjunto con sus planos diferenciados en materia de posiciones. ¿Hay algo que le llame profundamente la impresión en esta tercera década de democracia?

— Sí. Por ejemplo, cómo ciertos sectores miran con indiferencia lo que se está acumulando en el campo de los problemas. O miran para otro lado porque están bien cubiertos por su situación en el campo del bienestar. También me llama la atención por qué creen que los problemas sociales que se están acumulando son simplemente pasajeros. No los computan como expresión de un tiempo, una dialéctica de la historia muy particular… simplemente los ven como pasajeros. Y si, por miedo, piensan en esos temas y sus soluciones, buscan el atajo para solucionarlo. Atajo drástico.

¿Cómo encuadrar ese tiempo de pensamiento?

— Hay un empobrecimiento en el campo general de la cultura, la educación, el pensamiento en sí, incluso el político claro…

¿En relación al funcionamiento del sistema político y su crisis de pensamiento, hay algún determinante que sea clave en esa crisis?

— Que este es un sistema político sin partidos políticos, no es nuevo. Me parece que uno de los problemas centrales, clave, en todo ese funcionamiento es el creciente personalismo en que ha devenido la política. No es nuevo en la historia argentina, es cierto…

Siempre se está buscando “al hombre”, ¿no?

— Sí, pero eso mirado desde la historia. Hoy, sólo cuenta la imagen, la pantalla, la encuesta, el discurso sin creatividad…

Un poco vale aquello de Borges para con los militares: “El vano discurso de los vanos generales”…

— La política argentina está invadida por ese estilo. Vale el dos minutos ante las cámaras, la denuncia estruendosa, el diagnóstico rápido desprendido de toda responsabilidad de propuesta alterna…

¿El personalismo es afín al hiperpresidencialismo que signa nuestro sistema político?

— ¡Absolutamente! En un país con fuerte cultura presidencialista, el personalismo se beneficia de esa cultura.