¿Hacia dónde ampliar la democracia?

Bicentenario.
Revista de la Subsecretaría de Gestión y Coordinación de Políticas Universitarias del Ministerio de Educación de la Nación
Fecha de publicación: Noviembre 2013
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¿Hacia dónde ampliar la democracia?

Por Sergio De Piero*

Estamos cumpliendo 30 años de continuidad democrática. El valor de estos años se acrecienta con la perspectiva que nos presenta una historia argentina plagada de irrupciones militares, fraudes, proscripciones y persecuciones políticas durante buena parte del siglo XX. No cabe duda que en 1983 iniciamos un nuevo ciclo donde finalmente el conjunto de los actores sociales optaron por el sistema democrático como la forma de gobierno preferida. Y de esa opción, aun en situaciones de gravísima crisis, no se enfrentó la democracia a la posibilidad de su suspensión o reemplazo. Hay que repetirlo: no es poco. Logramos como sociedad en su conjunto dar un enorme paso hacia adelante. Claro, conviven entre nosotros hechos, situaciones, incluso discursos que van reñidos con una democracia sólida. Es parte de lo que aún no hemos alcanzado. Pero, ese horizonte de mayor justicia, en un sentido amplio, que seguimos buscando no es tampoco una construcción definitiva. La democracia es un proceso, un recorrido, no un modelo para armar bajo las indicaciones de un manual rígido. Existen condiciones, determinadas capacidades, voluntades políticas y culturales, coyunturas históricas, situaciones económicas que convergen y aún colisionan en la esfera pública que van conformado el perfil que la democracia adoptará de la mano de sus gestores: las ciudadanas y los ciudadanos, actuando individualmente pero en particular a través de sus acciones colectivas, demandando, exigiendo, apoyando, visibilizando, optando.

De las muchas dimensiones y características bajo las cuales podemos reconocer la construcción democrática que hemos generado en estos 30 años, quisiera detenerme en la que implica una dimensión central, capital, de la política: el poder.

De este proceso abierto en 1983, tomaría una fecha que lo delimita: el 22 de abril de 1985. Ese día la Cámara Federal de Buenos Aires, inició el histórico juicio a las tres primeras Juntas Militares del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Allí se inició un tramo clave de la llamada transición a la democracia, por la contundencia del hecho: quienes habían ejercido elterrorismo de Estado, quedaban sometidos al Estado de derecho. Una de las principales premisas del orden democrático, la igualdad ante la ley, estaba nuevamente instalada en la Argentina, de la mano de un proceso jurídico, que se explicaba, se hacía posible, porque nacía un nuevo proceso político.

El juicio a las Juntas y todas las instancias que ello implicó, se convertían en los principales canales con los cuales la sociedad argentina había resuelto responder a la crueldad que implicó la represión del Proceso. El símbolo de las condenas fue de tal envergadura, que ni siquiera cuando la presión militar logró hacer retroceder la política de juzgamiento (el Punto Final, la Ley de Obediencia Debida en el gobierno de Raúl Alfonsín, los indultos de Carlos Menem), borró de la memoria colectiva esa experiencia. Pero dejó en claro que el camino de la democracia, allanado como forma de gobierno, no estaría ajeno a las presiones desde diversos poderes.

El día que la Cámara Federal dictó las primeras condenas, quedó en la memoria por las palabras del juez que presidía, dirigida a los militares acusados: “señores de pie”. Esa frase expresaba la primacía de la ley nada menos que en el campo de los derechos humanos. Sin embargo, en las democracias modernas, la necesidad de la primacía de la política representativa, no se limita a las FF.AA.; de allí parte un cuestionamiento central para la democracia y que delinea los límites de esta. Por eso podríamos preguntarnos: ¿a quiénes más les pide la democracia que se pongan de pie? Mientras la cuestión militar se iba resolviendo, por los juicios y el sometimiento al poder democrático, aun con las concesiones que mencionamos, la sociedad comenzó a percibir que los escollos para impulsar una democracia amplia, con una economía en desarrollo que garantizara los derechos para todos los ciudadanos, no estaban sólo en los planteos de los uniformados.

Otros grupos de poder económico, social o político no sometidos a las reglas de la democracia representativa, movilizaban su propio juego de presiones sobre las instituciones de gobierno. El Estado democrático no pudo, inmediatamente, enunciar órdenes hacia esos grupos para que acataran las reglas de la convivencia correspondientes. La hiperinflación del año 1989, con sus rostros de pobreza, desesperación y una economía que quedaba a la deriva, fue la manifestación más clara de que el poder económico no estaba dispuesto ni a ponerse de pie, ni a aceptar aquellas reglas. Luego, inmediatamente la entronización del mercado como relato único, ocupó el centro de lo que debía ser una buena democracia, generando la expresión “el ruido de la política”,
para reflejar el rol que se le asignaba a esta. Fue sin duda, una de las mayores derrotas del ciclo abierto en los ’80. El Estado democrático renunciaba a imponer su soberanía por encima de otros poderes. Estos, no se presentaban con la cara pintada frente a las cámaras de TV, pero su poder
de fuego era más impactante que las armas.

Mientras el sistema democrático convivía con estas realidades, al mismo tiempo comenzó a crecer la desconfianza por parte de los ciudadanos hacia el sistema político. Parecía extenderse y afianzarse un consenso sobre la moral de los políticos: todos, sin excepción, pasaron a ser percibidos como corruptos e inmorales. Lo que en otros tiempos conducía irremediablemente a un golpe de Estado o a la interrupción institucional, no se traducía en un rechazo por el sistema democrático. A eso se lo llamó la crisis de representación. La política estaba renunciado a su
vocación propia: el poder.

En ese contexto, pareció nacer una democracia resignada. En 1993, cuando se cumplieron 10 años del retorno democrático, se realizó un olvidado acto en una pequeña plaza de Buenos Aires, sobre la Avenida Leandro Alem, donde se plantaron algunos árboles como signo de la democracia que quería crecer. Junto a ellos, se imponían los grandes edificios de las empresas multinacionales que ocupan esa zona de la ciudad; el contraste de tamaños y fortaleza, parecía indicar esa idea de una democracia demarcada, sumergida en lo posible.

En la resignación de la iniciativa, la campaña presidencial de 1999, pareció estar coronada con una sola bandera “La convertibilidad no se toca”. Surgió otro gobierno, pero la debilidad de la democracia parecía inquebrantable y la distancia entre los representantes y los representados continuaba abriéndose. Y luego las elecciones del 2001 y el voto bronca. Era una democracia que parecía quedar muy poco de aquella que produjo el “Señores de pie”. Unos meses después, en diciembre de 2001 estalló la furia. Las calles se poblaron de protestas, de demandas en particular por trabajo y las implicancias de la pobreza. La salida de esa crisis, que implicó el fin de un gobierno, estuvo poblado por presiones de todo tipo, algunos poderes se expresaban
particularmente preocupados por la propiedad privada, mucho más que por el hambre. En términos políticos el sistema político logró superar esa coyuntura que nos desembocó en las elecciones presidenciales del 27 de abril de 2003. Sin embargo, ¿cuantos grupos de poder habrán imaginado otras respuestas para la crisis? ¿Cuántos pensaron que en medio del caos, era el momento de nuevas cirugías sin anestesia, esta vez sobre la misma democracia? Y sin embargo
el resultado fue otro. La etapa que abre la presidencia de Néstor Kirchner y luego las dos de Cristina Fernández de Kirchner, no hacen sino, volver a establecer la premisa de la centralidad de la política; de volver a plantear que otros actores debían escuchar y atender a la indicación de
“ponerse de pie”. Si la transición de los ’80, había hecho foco en la cuestión militar, se abrió a partir de aquí la necesidad de interpelar a otros poderes respecto al perfil de democracia deseada, al lugar del Estado y, en fin, a la concepción de la política. Luego puede hablarse de hechos, realizaciones, políticas públicas. Todo ello puede constituir casi, un inventario. Pero la relevancia lo constituye el andamiaje sobre el que esas realizaciones son posibles; cuando la política, como esfera pública, como arena donde todos los actores sociales y políticos tienen espacios e instituciones donde expresarse, expande los límites de la democracia y permite pensar y proponer acciones en favor de una democracia plural e inclusiva. ¿Hacia dónde ampliar la democracia? La acción política es la que nuevamente nos marca ese horizonte.

*Politólogo, UBA. Profesor de las Carreras de Ciencia Política de la UBA y UNLaM. Investigador en FLACSO.