La sombra de Brasil en la región

Diana TussieDiana Tussie, directora del Área de Relaciones Internacionales de la FLACSO,  analiza el impacto regional del impeachment a Dilma Rousseff.

El impeachment a la presidenta Dilma Rousseff amenaza seriamente a toda nuestra región. Por un lado, da lugar a un cambio radical de proyecto de país sin que medie una elección. Sustrae a la soberanía la decisión sobre quién gobierna, que es la quintaesencia de la democracia. El nuevo gabinete se destaca por su falta de atención a cualquier “sensibilidad social”. Es la vuelta a la política oligárquica de Brasil, sin ningún cuidado por las formas, como lo muestra la imposición de un gobierno por la fuerza, destinado a barrer treinta años de conquistas.

Por otro lado, Brasil no es un país más de la región. Por el tamaño de su población y la gravitación de su economía, Brasil es la mitad de la región. Su preponderancia fue un permanente objeto de estudio que pasó por una serie de virajes a lo largo de la historia más reciente. Si en los setenta Ruy Mauro Marini concebía el papel de Brasil como “subimperialismo”, en los ochenta se catalogaba al país y su vocação de grandeza como “potencia media”. En la última década pasó a ser el gran “líder regional” que pudo motorizar consensos sobre políticas sociales y económicas a escala regional. Eso fue ayer nomás. Un retroceso en el protagonismo de un gigante que había comenzado a liderar procesos de reforma regionales y globales.

El impeachment a la presidenta Dilma, a velocidad de vértigo, amenaza seriamente los consensos conseguidos y en particular el consenso democrático desde el fin de la guerra fría. Este consenso no se dio aisladamente dentro de cada país, sino que fue un amplio consenso regional, en el que también hubo intervención de Estados Unidos, vinculado tan íntimamente al proceso de golpes de Estado. Sin embargo, hoy “los mercados “vuelven a estar nuevamente impacientes con el juego democrático.

Es cierto que Michel Temer, presidente interino, no ha encontrado una cálida recepción entre sus vecinos. Solo Argentina, su principal socio en la región, ha expresado “respeto” hacia el sustituto de Dilma. Los gobiernos de Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y El Salvador califican la situación de Brasil, directamente, como un golpe de Estado. Mientras El Salvador retiró su embajada, Maduro calificó el proceso contra Rousseff de “injusto, ilegal, apresurado, desproporcionado”. Así, el país que ayudó a prevenir golpes de estado en Bolivia, Ecuador, Venezuela, Honduras, Paraguay, va quedando solo. Desde el punto de vista de la diplomacia, la reacción más llamativa fue el largo silencio de Estados Unidos, Colombia, Chile y Uruguay.

Luis Almagro, ex canciller de Uruguay y secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) apoyó inequívocamente a Rousseff en las últimas semanas, e incluso viajó a Brasilia para mostrarle su respaldo. Esta demostración desde la OEA, normalmente cautiva de los intereses geopolíticos de Estados Unidos, es en sí misma llamativa y demuestra la reconfiguración política regional de la última década. Almagro había anunciado su intención de consultar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre el proceso de impeachment que “genera dudas e incertidumbre jurídica”, según sus propias palabras. Sin embargo, tras la votación que apartó a Dilma, ha guardado silencio sobre la situación de un miembro clave del organismo que dirige.

La gran transformación de Karl Polanyi (1944) resuena en el devenir del presente. En América del Sur los procesos políticos están tan interconectados como los procesos económicos. No es casual que la primera decisión que tomaron los presidentes Alfonsín y Sarney en 1985 fue precisamente un acuerdo de integración que desactivara la hipótesis de conflicto y que en 1991 con el Tratado de Asunción dio inicio formal al MERCOSUR. El consenso democrático no fue solo una cuestión nacional sino también regional, como fue expresado en las sucesivas cartas democráticas del MERCOSUR , la UNASUR , la CELAC y también la OEA. Democratización, derechos e inclusión social estuvieron íntimamente imbricados. Este consenso es el que parece desgajarse. Con el desplazamiento de Dilma salta sin tapujos a la palestra la voracidad de los sectores económica y mediáticamente más poderosos, con evidente apoyo “de los mercados” que ven los derechos sociales alcanzados en la última década como un estorbo o incluso una amenaza a sus intereses.

La larga década pasada estuvo íntimamente relacionada también al proceso de transición hegemónica a nivel global, el ascenso de China, su creciente presencia en América del Sur y la paralela posibilidad de cierta autonomía regional que culminó en el No al ALCA en la Cumbre de Mar del Plata de 2005 y la creación de la UNUASUR . Dicha situación se vio sacudida a partir de 2012 cuando la crisis mundial comenzó a impactar en China e incidir en nuestra región. Si bien el proceso de transición hegemónica sigue en marcha a nivel global, el camino está lejos de ser una línea recta. Ecuador, por ejemplo, que venía resistiendo el tratado de libre comercio con la Unión Europea finalmente se avino a la firma del mismo en 2014 para no perjudicar sus exportaciones de banano (que constituyen 10% de sus exportaciones) a la par que se agudizaba la caída en picada del precio del petróleo, su principal exportación. Este cambio de ciclo marca un contexto muy preocupante. Mientras pone en jaque los derechos alcanzados abre las compuertas para la recomposición de los sectores de poder que fueron relativamente rezagados a nivel nacional en esta última década y media.

Las instituciones que más se reconfigurarán con el desplazamiento de Dilma son la UNASUR y el MERCOSUR, ambas organizaciones articuladas precisamente para consolidar y retroalimentar los derechos sociales en la última década. Por un lado, como hemos demostrado con Belén Herrero, el Instituto Suramericano de Gobierno en Salud (ISAGS) con sede en Rio de Janeiro y motorizado mayormente por Brasil logró reformular los contornos de la política regional, más allá de los tradicionales objetivos de mercado, alrededor de principios de solidaridad, soberanía sanitaria y autonomía regional. Del mismo modo el MERCOSUR, en un giro de época, se conformó como una herramienta para impulsar la economía solidaria y derechos sociales y económicos. Se había configurado un regionalismo post hegemónico.

Hoy José Serra, el nuevo canciller de Brasil, sostiene posiciones muy duras sobre el valor del MERCOSUR, que en tanto unión aduanera, según decía, suponía un menoscabo de la soberanía de Brasil. Calificó el proyecto como un “delirio megalómano” y se burló de la adhesión de Venezuela y Bolivia, “esas potencias económicas”, según sus palabras. Serra ya hizo saber que reorientará radicalmente la acción diplomática de Brasil, enfocada desde la presidencia de Lula en América del Sur. Para Serra será fundamental mostrar resultados rápidos en tanto parece querer que su tiempo en el cargo le sirva como trampolín para una nueva candidatura presidencial.

Luego de una larga década de mejoras sociales en nuestros países y de grandes esfuerzos por recuperar una identidad regional, con el retorno al poder de los principales beneficiarios de la aun altísima desigualdad social, podemos palpar hoy un cambio crucial que atraviesa la relación entre la economía y la sociedad.