La sociedad y los virus
Demandamos del Estado conducción e intervención para palear la crisis. Pero también esperamos de la sociedad organización y pertenencia al conjunto.
Por Sergio de Piero, investigador del Área Estado y Políticas Públicas; y profesor y miembro del Comité Académico de la Maestría en Políticas Públicas para el Desarrollo de la FLACSO Argentina.
Publicado en el diario El destape, 22 de marzo de 2020.
De este presente tan tan duro.
Miguel Cantilo
La gente del futuro
No todo el tiempo nos enfrentamos a situaciones inéditas. Incluso toda una generación puede vivir sin estar atravesada por hechos extraordinarios, aunque siempre el destino nos depare alguna sorpresa. Ahora estamos frente a un fenómeno del que no alcanzamos a concebir aun sus proporciones, porque de hecho no sabemos cuáles serán las implicancias de esta pandemia; pero sí sabemos que tiene las características de algo histórico. El coronavirus ha suspendido casi todos los debates políticos o los ha colocado en una nueva perspectiva, incluso en muchos casos subsumiéndolos: son problemas políticos, económicos y sociales, pero solo luego de analizar el impacto de la crisis sanitaria. Primero fue un lejana notica china y en pocas semanas, en muy pocas semanas, nos encuentra en una amplia cuarentena a todo el país. Otra muestra que la globalización es un hecho y que la hiperconectividad no es solo redes sociales y noticas, sino que también le permite a los virus recorrer miles de kilómetros en un plazo muy breve y conectar a sociedades en cuestión de días; el paquete globalizador viene con distintas, y no todas deseadas, aplicaciones.
De allí que la incertidumbre crezca porque en efecto se nos pueden generar situaciones de las que no hemos sido los gestores y sobre las cuales el nivel de control es bajo. Con este nivel de tránsito mundial, es imposible siquiera pensar que existía la posibilidad de impedir el ingreso del virus al país. Y a partir de esta certeza es que pueden pensarse también los impactos de otras acciones, no vinculadas a la salud, que generan un recorrido semejante respecto a las acciones de los individuos y los grupos, con las características de un país periféricos como el nuestro, peor que también hemos visto en los países desarrollados. El mundo del siglo XXI, va marcando sus rasgos principales.
Con los ojos fijos en la televisión (el encendido de TV se incrementó considerablemente esta última semana en nuestro país) la sociedad se va enterando día a día de las implicancias de la epidemia y de cómo esta afecta su vida cotidiana suspendiendo trabajos, proyectos, viajes. Asistimos a la vez a un despliegue del estado conduciendo la situación en medio de la crisis. Escudamos a nuestros liberales decir que “el Estado tiene en esto un rol central”, como lo tiene siempre y mucho mas ante cada crisis, pero que lo verbalizaran esos sectores es algo que solo el coronavirus y su “amenaza democrática” podía hacer pronunciar esas frases. Estamos en los primeros días de las limitaciones a la circulación, solo con el tiempo sabremos las implicancias para las relaciones humanas que esto (nos) traerá; y por eso no dejamos de preguntarnos por el conjunto de la sociedad frente a esto ¿se puede alentar algunas prácticas a un conjunto tan heterogéneo como es una sociedad nacional? ¿Es posible fortalecer algunas acciones y desalentar otras y tener éxito? El sociólogo chileno Ángel Flisfich escribió hace varios años, en 1981 plena dictadura pinochetista, un valioso texto llamado “Notas acerca de la idea del reforzamiento de la sociedad civil”, el cual se puede encontrar en la web. En ese artículo el autor se pregunta acerca de cuáles dimensiones o aspectos de la sociedad civil deben ser fortalecidas; por ejemplo ¿es más relevante que la sociedad tenga una capacidad de control sobre las autoridades públicas o es más importante fortalecer las pertenencias de las clases que la conforman? O tal vez puede pensarse que se deben incrementar las capacidades de los vínculos sociales entre todos sus miembros o por el contrario hacer más estrechos los lazos entre pequeñas comunidades cerradas. Como vemos fortalecer a la sociedad civil puede significar muchas cosas distintas e incluso contradictorias; por ello surge la pregunta respecto a cuáales dimensiones se han desplegado en nuestra sociedad frente a la crisis que implica la pandemia. Es cierto, hemos conocido actitudes propias de parásitos sociales, aquellos que sólo obtienen ventajas de su pertenencia a la sociedad sin aportar demasiado; pero incluso hemos visto experiencias aun peores: gente que tenía probabilidades de estar infectada evadía controles para pasearse libremente por la ciudad. Actitudes peligrosas para pensar una convivencia colectiva: semejantes tal vez fueron las de algunos que bloquearon, sin un resolución legal, el ingreso a sus ciudades de posibles visitantes; viajantes estos que irresponsablemente, en nombre de su libertad individual, abandonaron su domicilio para pasar la cuarentena en un lugar de descanso. Todas expresiones de una sociedad civil debilitada por la búsqueda de beneficios individuales y de corto alcance. Están allí, expresan justamente la ausencia de una sociedad civil no fortalecida. Y junto a ellos encontramos otras representaciones, porque han sido miles los que se ofrecieron para colaborar en lo que hiciera falta. Voluntarios, organizaciones, referentes. Existe un plexo de organizaciones, movimientos e iniciativas que buscan representar a distintas identidades y pertenencias de la sociedad civil y que creen en la solidaridad como una necesidad. No son un espacio homogéneo, sino que dan cuenta de las distintas vertientes que habitan esa sociedad, pero que de algún modo están vinculadas por la idea principal de lo importante que es la participación y la organización. Y están presentes desde hace décadas vinculan demandas, identidades, pertenencia territorial, política o social. Esa sociedad civil organizada es la que facilita que se haga presente la mejor cara de nosotros; no porque sean moralmente superiores, sino porque la organización social y/o política evita que las apetencia individuales se impongan sobre lo colectivo, que tiende a expresar lo que busca el conjunto. Esa organización colaboró en comprender que cumplir el encierro en los hogares no era un capricho sino una política de defensa colectiva; del modo que también colaboró cierta “conciencia ciudadana” que evidentemente está presente entre nosotros. Demandamos del Estado conducción e intervención para palear la crisis. Pero también esperamos de la sociedad organización y pertenencia al conjunto, para que el desafío pueda ser superado con los menores costos en la población, posibles. A casi 40 años de la transición democrática, pareciera que la sociedad también puede acumular experiencias colectivas por encima de ciertas conductas egoístas. No es poco.