La vida es bella… y mejor si se la muestra en Instagram
Cómo hizo Instagram, a 10 años de su creación, para transformarse en una vidriera de imágenes y situaciones en las que los usuarios exponen cómo quieren que los vean. Objetos de deseo, selfies, ocio perfecto y la fantasía del verano eterno
Por Fabiana Scherer
Publicado en diario La Nación, 26 de septiembre de 2020. Acceder a la nota de origen aquí
Participan Belén Igarzábal y Paula Sibilia, docentes del área de Comunicación y Cultura de la FLACSO Argentina.
“Te acercamos a las personas y las cosas que te encantan”, de esta manera se presenta Instagram, la aplicación que “embelleció” nuestros hábitos cotidianos como si se tratase de una publicidad, una vidriera de vidas “perfectas”, “bellas y felices” narradas en fotos.
“Hace veinte años, los turistas japoneses eran objeto universal de risa porque siempre llevaban cámaras y hacían fotografías de todo lo que veían -cuenta el historiador y escritor israelí Yuval Noah Harari en su libro Homo Deus-. Ahora es una práctica universal (.). La nueva consigna dice: ‘Si experimentas algo, regístralo. Si registras algo, súbelo. Si subes algo, compártelo'”.
La historia de Instagram empieza de la mano de Kevin Systrom y Mike Kreiger, dos amigos aficionados a la fotografía. “Fue desarrollada como un ‘Twitter de fotos’ por su inventor y fundador Systrom (que siendo estudiante fue becario en la compañía del pajarito) -narra Phil González, fundador de Instagramers (#igers) y autor del libro Instagram y todos sus secretos-. Kevin coleccionaba las viejas Polaroids, razón por la que su novia le dio la idea de aplicarles filtros vintage a las fotos que se tomarían y compartirían con la aplicación. Parte del éxito de Instagram se basó en plasmar instantáneas, editarlas y embellecer la vida”.
En estos diez años, la aplicación “consiguió algo muy importante: cualquier persona con un teléfono inteligente tiene la capacidad de mostrar su creatividad a través de un sistema de filtros, que ayudan a que la imagen sea diferente y pueda compartirse inmediatamente con todo el mundo -destaca Gabriel Samper, fotógrafo de viaje y estilos y fundador del Congreso Movil-. La novedad de la aplicación, la facilidad de manejo y su gratuidad colaboraron a que el fenómeno se extendiera, alcanzando en tan solo dos años los 100 millones de usuarios. Todo era susceptible de ser capturado, lo que ayudó a que comenzáramos a fijarnos en cosas que antes pasaban totalmente inadvertidas o eran simplemente cotidianas. Empezamos a mostrar nuestro día a día, creando historias de nuestra vida”.
El éxito, el fenómeno de la aplicación, según el análisis de Jason Hreha, uno de los principales científicos del comportamiento aplicado, se debe “a su doble sistema de recompensas: nos hace sentir buenos fotógrafos y nos da la impresión de que todo lo que hacemos gusta a los demás“.
Los seres humanos somos seres sociales, y bien vale la pena recordar un capítulo de la popular serie catalana Merlí, en el que el profesor de Filosofía preguntaba: “Si Aristóteles viviera ahora, ¿tendría redes sociales?” La respuesta no era difícil de adivinar. “Nos gusta comunicar lo que hacemos, lo que compramos, lo que vemos. Somos seres sociales y claramente somos criaturas visuales -aclara Roberto Rosler, neurocirujano y director académico de la Asociación Educar-. Al menos un 30 por ciento de nuestra corteza cerebral se dedica a procesar estímulos visuales, además de ser el estímulo que más rápido puede ser procesado. Instagram y sus lives son una demostración clara de que somos animales visuales y que nos gusta mirar y ser mirados. Pero esto no es nuevo, Rembrandt, en su Lección de anatomía, ya nos lo demostró en 1632. Las disecciones de anatomía eran espectáculos públicos, en los cuales la gente pagaba para asistir. Ahora, Instagram nos permite disecar la vida íntima de amigos, famosos y desconocidos en forma gratuita”.
En su libro Instagram, el ojo del mundo, el fotógrafo e investigador Óscar Colorado asegura que “las fotos ya no sirven tanto para almacenar recuerdos, ni se hacen para ser guardadas. Sirven como exclamaciones de vitalidad, como extensiones de vivencias, que se transmiten, se comparten y desaparecen, mental y físicamente”. El 70 por ciento de todos los receptores sensoriales están en los ojos, y es posible dar sentido a una escena visual en menos de una décima de segundo. “Al comienzo, Instagram parecía ser una versión de una red social de imágenes, como lo era Fotolog, pero mejorada, debido a la amplia variedad de filtros que brindaba la aplicación. Instagram irrumpió de pronto en la escena, apropiándose del mundo de las imágenes y contribuyendo a crear una nueva cultura dominada por el atractivo visual de la era digital. En 2013, incorporaba más de 1 millón de nuevos usuarios por día -explica Sil Almada, directora y fundadora de Almatrends Lab, una plataforma de tendencias urbanas y sociales-. Como en toda red social, la horizontalidad y la instantaneidad fueron dos de sus pilares básicos. Pero la que la hizo única y tan atractiva fue su culto por la belleza. Un patrón estético muy difícil de resistir. Provocando múltiples reacciones, tan humanas como nuestro gusto por las cosas lindas. Desde la admiración y la imitación hasta la envidia y la frustración. La red social logró interpelar uno de los motores más potentes del deseo humano: la belleza”.
Rápidamente, la aplicación se consolidó desde el lugar en el que reina lo bello. “Instagram se posicionó como la red donde mostramos la imagen más bella, más filtrada, la más estética de nosotros mismos -evalúa Belén Igarzábal directora del Área de Comunicación y Cultura de Flacso Argentina-. Todos tenemos luces y sombras, pero en esta plataforma hay lugar para las luces, no para las sombras. Y es así que asociamos las imágenes más bellas de nosotros mismos, idealizadas de lo que soy y de lo que quiero mostrar en esta socialización con otros”.
A comienzos de 2014, la National Portrait Gallery de Londres organizó una discusión académica sobre el furor de los autorretratos con el lema The Curated Ego: What Makes a Good Selfie. Uno de los panelistas, el neurocientífico James Kilner, llegó a la conclusión de que tenemos una imagen de nosotros mismos mejorada de lo que somos en realidad, y la selfie nos permitió tomarnos una y otra foto hasta lograr la que más se acerca a la idea de cómo nos vemos y cómo queremos que nos vean. La popularidad de Instagram “potenció la posibilidad de dar visibilidad a los otros mundos que transcurren mientras nuestros ojos no llegan a verlos, a caracterizar otras vidas que tienen existencias simultáneas más allá del alcance de nuestro alrededor -examina Gisela Kaczan, investigadora adjunta del Conicet-. Y no lo hizo de cualquier manera, sino de una embellecida, perfeccionada, subordinada a una serie de recursos técnicos que posibilitan retoques y filtros para que lo que quiere mostrarse como real se alimente en sensaciones positivas. Explora en los alcances afectivos de la imagen, es decir, en cómo las imágenes nos afectan y como afectamos a las imágenes. En este sentido, los usuarios diseñan las apariencias con estrategias estéticas/manipulación de la sensibilidad estética, que al mismo tiempo activan la sensibilidad y provocan experiencias a partir de sensaciones reconfortantes, vinculadas con el placer”.
En una columna publicada en LA NACION, Sebastián Bortnik, experto en seguridad informática y miembro fundador de la ONG Argentina Cibersegura, sostuvo que la mayoría de las veces mostramos quiénes queremos ser: “Una ficción de nosotros mismos. No importa cuán rica esté la cena, sino cuán bien se vea en la foto. No importa si ganamos o perdimos el partido, o si nos divertimos jugando, pero sí que parezcamos deportistas profesionales en la foto. No importa cuán felices seamos, sino cuán felices nos veamos”. Desde el comienzo quedó en claro que Instagram era la plataforma ideal para mostrar las cosas lindas de la vida, lo que nos hace bien, el espacio para mostrar “la felicidad, la belleza de las cosas, nuestra mejor versión, sin sombras”, como destaca Belén Igarzábal. Twitter, la red del pajarito, en cambio, quedó relegada para las discusiones, el enojo.
“Instagram es un lugar donde se genera cultura, y hoy es una comunidad global de más de mil millones de personas que comparten intereses, donde juntos buscamos que las conexiones que se hacen todos los días sean positivas y enriquecedoras -señala Gonzalo Arauz, responsable de Alianzas Estratégicas de Instagram para América Latina-. Nacimos como un espacio para compartir fotos con filtros simples, pero vimos que las personas querían usar la plataforma para compartir lo que están haciendo, pensando y sintiendo. Evolucionamos constantemente para responder a las necesidades de la comunidad a lo largo de estos 10 años”.
Ser, parecer
Con el uso creciente de esta plataforma se fue dando “cierta instagramización de la vida -apunta la antropóloga, investigadora y ensayista Paula Sibilia-. ¿A qué me refiero? Más todavía que las demás, esta red social adoptó tanto la lógica como la estética publicitaria, con sus filtros para mejorar las imágenes y su onda mundo feliz. En suma, lo importante es que lo que cada uno muestra en las pantallas parezca verdadero y lindo, feliz, exitoso, etc.; no tanto que lo sea. Por eso me parece que es válida la comparación con la lógica no solo del espectáculo en general, sino de la industria publicitaria en particular. Así como ocurre con las publicidades, donde todo es un poco fake, pero no puede serlo demasiado (para evitar caer en la categoría de propaganda engañosa), sabemos que en las redes sociales de internet y, particularmente, en Instagram, todo es un poco mentiroso. Pero no se puede mentir demasiado, o mejor: si mentimos, no debería notarse mucho. Porque si se comprueba que la falsedad es total (o que supera el margen considerado tolerable), se corre el riesgo de caer en el temible lodo del no me gusta o de convertirse en la humillación del meme que viraliza sin control”.
Todo se comparte, todo es instagrameable. Según el último estudio que realizó el área de investigación y análisis en tendencias de comunicación de Ninch Communication Company, Instagram se posicionó como la red social preferida por los usuarios argentinos con un 44 por ciento de favoritismo. “Probablemente esto se deba a las funcionalidades de la plataforma -analiza Noelia Chessari, fundadora y CEO de Ninch-, que siempre supo adaptarse, y a que conviven todos los actores de la sociedad: jóvenes, adolescentes, padres, abuelos, influencers, marcas, políticos, organizaciones sin fines de lucro”.
El creciente uso de las redes sociales y la digitalización de la sociedad en los últimos años generaron cambios profundos en diversos ámbitos. Y en ese sentido, Instagram se consolidó como una red en la que todo es instagrameable, un aliado para sectores como el gastronómico, el turístico y el del arte, donde el atractivo visual, la rapidez y el alcance es el sello que lo define. ¿Quién no fotografió primero el plato antes de probar bocado? La relación de los restaurantes y los chefs con las redes sociales es cada vez más estrecha ante la demanda de los clientes foodies, buscadores de platos coloridos, postres y bebidas technicolor, ambientes transformados en sets listos para ser fotografiados. Pareciera que todo está creado para entrar a ese universo de fantasía.
“Una de las principales razones por las que las personas usan Instagram es para conectarse con sus creadores y marcas favoritas y descubrir nuevas comunidades -explica Gonzalo Arauz-. De hecho, si se tiene en cuenta que el 90% de las personas en Instagram siguen a un perfil comercial, los comercios y emprendedores de todos los rubros encuentran en la plataforma al aliado ideal para conectar y captar nuevos clientes”.
Desde hace varios años, es considerada como “la mayor plataforma de promoción de destinos -destaca Phil González-. Según un estudio realizado en Francia hace dos años, cerca de un 70 por ciento de los usuarios de la aplicación se inspiraba en las experiencias y en los destinos compartidos por otros usuarios a la hora de planificar sus próximos viajes. Hoy casi la totalidad de las oficinas de turismo en el mundo cuentan con una presencia en Instagram y comunican, cada día, lo más atractivo de su país a través de las fotos de sus visitantes”. En este mismo sentido, Samper no tiene dudas de que Instagram ha puesto en el mapa lugares que antes pasaban inadvertidos. “El poder de la imagen hace que los usuarios quieran ser inmortalizados en los destinos que habitualmente observan en otros perfiles -confirma-. Queremos ser protagonistas en los lugares que observamos. Viajamos porque hemos visto viajar a otros que nos han inspirado a ello”.
El mundo del arte no permaneció ajeno. La red social se transformó en una fuente de inspiración, de apropiación, de legitimación e incluso de soporte que poco a poco fueron adoptando los museos y las galerías. “Instagram me alegra la vida y yo quiero alegrar a los demás, todo con los colores con las cosas que hago en este aislamiento -proclama Marta Minujín, la artista pop y de perfomance que en junio pasado se hizo cargo de la cuenta de Instagram del Malba para hacer un repaso de sus series, happenings e instalaciones más emblemáticas-. Como medio de comunicación y de unión entre todos los que vivimos del arte, la red es perfecta. Todos los días hay cosas, hay una vida muy intensa dentro de Instagram. Me parece que es una manifestación increíble, porque ahora, como decía Andy Warhol, que todo el mundo podía llegar a ser famoso por quince minutos, ahora todo el mundo puede ser famoso por un segundo [ríe]. Todas mis obras siempre fueron arte de participación masiva, y ahora es distinto, porque yo me meto en la casa de la gente. Ahora estoy haciendo unas experiencias tridimensionales para que mis obras puedan vivir y ser proyectadas dentro de las casas virtualmente, así que todo esto de las redes me parece fantástico, pero no para agredir, sino para la felicidad, para los colores”.
#Nofilter
Todo era “demasiado perfecto”, pero la dinámica poco a poco fue cambiando. “Como sucede prácticamente con todo en esta era de la sobreestimulación, y dado el éxito exponencial que tuvo Instagram, habiendo transcurrido algunos años del lanzamiento, ciertas imágenes perdieron interés dado que lo que antes las hacía diferentes, ya cansaban -dice Sil Almada-. En este sentido, la plataforma tuvo la capacidad para leer correctamente el mood de la época y evolucionar hacia una nueva etapa, aunque eso implicara ir en contra de lo que había pregonado en sus orígenes”. De pronto el valor estaba puesto en aquellas imágenes sin filtro. Con el hashtag #nofilter dio el giro.
“Aunque en el último tiempo ese estilo fue cambiando hacia algo supuestamente más auténtico, es el mismo gesto publicitario el que persiste, solo que se actualizaron un poquito los criterios de lo que se considera más vendible -apunta Paula Sibilia, autora de La intimidad como espectáculo-. Por todo eso, así como viene ocurriendo en la publicidad más actual, esa pretensión de realismo o autenticidad que ahora también inunda Instagram es solo un recurso de verosimilitud para seguir vendiéndose y lograr que el otro nos compre concediéndonos dos segundos de su mirada, algún like, un comentario, quién sabe algo más”.
La apariencia del cuerpo ocupa un rol central para algunos de los usuarios. “La decisión de un determinado lenguaje corporal, de prácticas del vestir singulares, de códigos normalizados o no, alimentan performáticamente el sentido con el que me presento público -sostiene Gisela Kaczan, doctora en Historia y diseñadora industrial-. En el acto de elegir y montar imágenes, construyo mi identidad a través de operaciones selectivas (dónde pongo los acentos, qué rechazo y qué acepto, qué información comparto). Algunos aspectos pueden ser elegidos conscientemente y otros simplemente aparecen y cuentan otras cosas más que las que se pensaron en el inicio. Se trata de discursos narrativos autorreferenciales. Pero siempre quedan sensaciones inconclusas e inalcanzables, la percepción de los espectadores, de los otros que observan esa imagen o esa secuencia de imágenes e interpretan, bajo sus propias representaciones y subjetividades, la identidad de ese otro que ve. Nos inventamos y nos construimos a partir de lo que hacemos visible, para que otros nos reinventen y nos reconstruyan a partir de sus propios significantes y de su propia retícula de sentidos”.
Las reglas parecen estar cambiando, “entre comillas -puntualiza Igarzábal, directora del Área de Comunicación y Cultura de Flacso Argentina-, creo que la mayor parte sigue siendo la de la estética más artificial de la belleza. Hay modelos, actrices que desde su lugar de privilegio se muestran sin maquillaje. Sí, podemos decir que es un fenómeno mostrar nuevas corporalidades, hoy se trata de contrarrestar la hegemonía de la corporeidad, los estereotipos que ocupan la mayoría de las publicidades, bellezas que terminan siendo aspiracionales y poco alcanzables”.
En el camino de marcar la diferencia aparecen en escena una nueva generación de modelos, o voces como la de Danae Mercer, periodista y modelo que publica fotos muy alejadas de la idea de que todo es perfecto. En sus posteos suele mostrar a través de dos fotografías cómo la realidad no tiene una sola cara: de un lado, con la luz adecuada y una pose forzada, muestra un cuerpo sin marcas; en la otra imagen, su cuerpo parece ser otro. “La luz más suave oculta mi celulitis y suaviza la mayoría de mis estrías”, explica a modo de epígrafe. Este tipo de cuentas, como la de Any Body Argentina y la de la modelo plus size Brenda Mato, dan muestra de la diversidad de corporal que poco a poco va ganando espacio.
Todo por un like
En 2018, el rapero devenido político estadounidense Kanye West inició una campaña para que se ocultasen los me gusta de las redes. “Hay gente que se suicida por no conseguir suficientes likes“, escribió el músico en un tuit. El pedido contó con el apoyo de Kim Kardashian, una de las grandes influencers (más de 188 millones de seguidores), y esposa de West, quien declaró a The New York Times estar de acuerdo con la idea “desde el momento en que se busca mejorar la salud mental de los usuarios”.
El año pasado se realizó una prueba al quitar la visibilidad de la cantidad de likes en los posteos en varios países, incluidos Canadá, Brasil, Australia, Irlanda, Italia, Japón y Nueva Zelanda, “luego, lo expandimos a nivel global -aclara Natalia Paiva, directora de Políticas Públicas para Instagram en América latina-. Esta prueba eliminó el número total de me gusta en las fotos y las vistas de videos en feed, con el objetivo de eliminar la presión, especialmente en los adolescentes. Este cambio buscó incentivar que las personas se centren menos en los me gusta y más en contar su historia, evitando que Instagram se convierta en un espacio de competencia”.
En todo el mundo, las redes sociales son constituyen la principal actividad de los adolescentes en Internet. “En la Argentina, el 95 % de los jóvenes tiene perfil en alguna red. Son el espacio privilegiado por los adolescentes para mostrarse, expresarse, compartir y participar -afirma Roxana Morduchowicz, doctora en Comunicación, especialista en cultura juvenil y asesora de Unesco sobre Ciudadanía Digital-. Los adolescentes muestran en su perfil la mejor versión de su vida diaria. ¿Por qué? La popularidad es una de las dimensiones que más valoran en esta etapa de la vida. Ser popular significa tener muchos amigos. La identidad de los adolescentes no puede entenderse sin ellos. Para tener muchos amigos, sienten que deben contar más de su vida privada, aspectos positivos, que atraigan seguidores y los haga sentir populares. Es cierto que las tecnologías no tienen la omnipotencia de hacer lo que quieran con las personas, pero sí influyen en la manera en que cada uno de nosotros percibe la realidad. Proponen valores, modelos, estereotipos, que influyen en nuestra percepción de la sociedad, la cultura, el mundo. En este sentido, lo que decimos es que una aplicación no cambia la percepción, pero sí incide, afecta nuestro modo de concebir y pensar la realidad”.
El exitoso crecimiento de la aplicación entre los jóvenes trajo consigo una de las mayores problemáticas: el bullying. Estudios, como el realizado por la organización británica Ditch The Label arrojó que el 42 por ciento de los usuarios de entre 12 y 20 años fueron acosados. “Estamos profundamente comprometidos en hacer de la plataforma un entorno inclusivo para nuestra comunidad. Buscamos que el tiempo que pasan en nuestra plataforma sea valioso, significativo e intencional -sentencia Paiva-. El principal desafío que encontramos es el de generar constantemente nuevas herramientas que ayuden a fomentar un entorno seguro y positivo, en donde las personas se sientan cómodas y puedan expresarse libremente. En este sentido, además de contar con un equipo capacitado y utilizar inteligencia artificial para encontrar contenido malicioso de forma proactiva (el filtro de bullying), los usuarios tienen la posibilidad de reportar directamente el contenido que consideran inapropiado. Hoy, las personas pueden bloquear fácilmente las cuentas con las que no quieran interactuar, controlar quién puede comentar sus fotos o videos, destacar comentarios positivos y, con la herramienta Restringir, proteger sus cuentas de interacciones no deseadas”.
Aislamiento
“Uno de los temas más interesantes de Instagram, en los últimos años, estuvo asociado a nuevos canales de comercialización (e-commerce), que en el marco del aislamiento por la pandemia, adquirieron aún más relevancia -analiza Ana Miranda, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet-. En nuestros días, diseñadores, chef, entrenadores deportivos, entre muchos otros, usan esta herramienta como un medio de comunicación y divulgación de su actividad, de transmisión de valores, pero también como canal de ventas, lo cual ha permitido que nuevos emprendimientos tengan capacidad de ofrecer sus productos, en una audiencia que se segmenta a través de intereses comunes. Estas herramientas son también ampliamente válidas para la actividad estatal, y son recomendadas para la difusión de acciones destinadas a personas jóvenes, adquiriendo una gran potencia para la comunicación de políticas públicas”.
En tiempos de distancia física, las personas han encontrado en Instagram “una forma de conectarse con familiares y amigos -destaca Arauz-, con los temas que les interesan y sus comunidades en línea. En estos meses, la red se convirtió en un espacio de apoyo para los comercios, que encontraron en la plataforma las herramientas para reconvertir su negocio o apoyar a los negocios locales y ayudar a otros. También, trabajamos para que la gente encuentre fuentes confiables durante este periodo de pandemia. Por ejemplo, incluimos más recursos educativos en el buscador de la aplicación. Al buscar información sobre coronavirus o Covid, las personas pueden ver un mensaje que los conecta con los contenidos de la Organización Mundial de la Salud o el Ministerio de Salud de la Nación”.
Argentina, que se destaca como uno de los países más instagramers de la región, “durante la pandemia, fue uno de los cinco países que más utilizaron el sticker En Casa a nivel mundial -aporta Gonzalo Arauz-. Este sticker fue lanzado con el fin de alentar a las personas a compartir, a través de Stories, sus experiencias en el aislamiento social”.
Con mil millones de usuarios mensuales en todo el mundo y 500 millones de usuarios diarios en Historias, cabría preguntarnos qué lugar ocupará Instagram en nuestra historia. “Roger Fidler (experto en nuevas tecnologías) retoma la idea de Paul Saffo (considerado el oráculo en este campo) sobre que una tecnología tarda 30 años en incorporarse completamente en nuestra cultura -explica Julio Alonso, licenciado en Ciencias de la Comunicación Educación y Tecnología y coautor junto con Alejandro Piscitelli de Innovación y barbarie-. Teniendo en cuenta que Instagram cumple 10 años, la pregunta que debemos hacernos es ¿qué idea trae Instagram a nuestra cultura?”
FUENTE: https://www.lanacion.com.ar/