La escritura. De la pronunciación a la travesía
Carlos Skliar – Asolectura – 2012
Habría que explorar el lado más tenue de esa relación extraña y más compleja que ocurre entre el escribir y el ser escritor: no ya lo que habría que hacer para escribir, es decir, las prescripciones, los mandatos, las fórmulas de superficie, las reglas y principios, sino todo aquello que habría que dejar de hacer para escribir, lo que se sustrae de la escritura para que la escritura pueda ser, en fin, de todo lo que habría que olvidarse de una buena vez para escribir. Hay algo, en ese sentido, que comparten las pedagogías de la escritura más escolares y las enseñanzas de la escritura más extra-escolares o más recreativas: se afirma la escritura pero se oculta quizá lo más interesante, esto es, que no hay ninguna razón para escribir. Me refiero a que quizá haya que liberar a la escritura de sus razones, de esas razones que no tienen ninguna presencia ni esencia a la hora de escribir, ni modifican en nada la posibilidad o la imposibilidad de la escritura. Y lo mismo, ya se sabe, vale para la lectura. Tal vez el principal ejercicio de la escritura sea el de escribir. Y punto. Sin tener razones para hacerlo, ni de antemano ni a posteriori. Ni razones mayúsculas ni razones minúsculas. Ni escribir para ser alguien en el mundo, ni para pretender ser nadie; ni para el futuro, ni para el presente; ni para asumir una posición desde la cual ver el mundo, ni para autorizar a que otros tomen ésas u otras posiciones. Ni para avanzar en la vida, ni para retroceder. Ni para ser mejor o peor persona; mejor o peor alumno.