C’est ne pas une école
Por Nancy Montes, investigadora del Programa Educación, Conocimiento y Sociedad (ECyS) del Área de Educación de la FLACSO Argentina.
Publicado en la Bitácora educativa del Programa ECyS, 20 de diciembre 2020.
El título de esta nota invita a reflexionar sobre aquellos aspectos que resultan constitutivos o identitarios del ser escuela y, al mismo tiempo, ponerlos en suspenso para reconocer las diferentes maneras que asumió y asumirá la escolaridad en contextos pandémico y post pandémico.
Este año asistimos, a escala global, a un fenómeno sin precedentes que aún nos sigue interrogando: ¿cómo sostener la escolaridad sin los espacios físicos que mayoritariamente usábamos para enseñar, frente a la decisión de los gobiernos de cancelar la presencialidad para cuidar la vida y la salud de su población?
La respuesta a esta pregunta no es unívoca. Dependiendo de los países, las provincias, las localidades, el tipo de escuelas, el ámbito, el sector de gestión, el-la docente, las acciones y las estrategias desplegadas o, a desplegar, son y serán diversas, heterogéneas y también desiguales. Podríamos enumerar por lo menos tres grupos de situaciones:
En el primero, los hogares devinieron aulas y los ambientes de la casa áreas de trabajo y de estudio que, con la mediación de equipamiento y conectividad disponibles organizaron, junto a escuelas y docentes, un modo de continuidad con actividades de diferente tipo: tradicionales, innovadoras, más o menos relevantes. Dependiendo de cómo definamos ese modo (una vez por semana o todos los días, unas horas por día o la jornada completa) la experiencia escolar sucedió en ese ámbito.
En un segundo grupo, se ubican niños, niñas, adolescentes y jóvenes junto a familias con menor capital educativo para el acompañamiento, que trabajaron a partir de cuadernillos con actividades que se completaron o con fotocopias que los y las docentes o algún/a compañero/a hizo llegar a las casas o a través del acceso a programas radiales o televisivos, es decir, caracterizado por acciones que no pudieron apoyarse en la conectividad para sostener la comunicación con docentes y escuelas.
Para un tercer grupo, en cambio, ninguna de las dos escenas descriptas fue posible y utilizamos el término “desvinculación” para nombrar lo no escolarizable bajo estas nuevas condiciones. Aquí se ubican adolescentes y jóvenes (pensando en escuelas secundarias) con participación en tareas domésticas o de cuidado de familiares, ocupados/as en algún trabajo eventual e informal para ayudar a sostener la precariedad económica de sus familias o realizando alguna actividad de mayor interés, de asistencia o necesaria en sus barrios.
Para quienes hace tiempo estudiamos y tratamos de comprender cómo se procesan los cambios en las sociedades, en las instituciones escolares y en los sujetos, la pandemia y sus consecuencias aún inciertas abren un abanico de interrogantes que se suman al que inicia este texto. Algunas de esas preguntas van en dirección a identificar qué de lo que hemos probado hasta ahora para que otras formas de enseñar tengan lugar ha sido posible de ser capitalizado en este peculiar contexto y también, cuánto de las formas habituales han prevalecido.
En un trabajo de investigación realizado recientemente cuyo objetivo era caracterizar los tipos organizacionales y pedagógicos vigentes en la Argentina para impartir educación secundaria en áreas rurales, hemos identificado la existencia de siete tipos que, con sus diferencias, cumplen con el mandato de llevar la oferta de secundaria obligatoria para adolescentes y jóvenes que viven en localidades de menos de 2.000 habitantes. En este universo de establecimientos hay escuelas que se organizan bajo el régimen de alternancia y otras que desde hace ya dos décadas funcionan bajo el esquema de sedes y anexos (con itinerancia o con la mediación de tecnologías) que, en relación a este contexto particular, parten de mejores condiciones organizacionales para sostener la continuidad de los estudios, toda vez que los modos de trabajo docente, la participación de las familias, la existencia de otros perfiles docentes, el desarrollo de contenidos y actividades para trabajar a distancia, además de la cercanía con el ámbito local arman un conjunto de condiciones en los que la presencialidad o la asistencia diaria y regular de docentes y estudiantes ya habían sido tramitadas para garantizar la escolaridad.
Así como existen esquemas organizacionales y propuestas pedagógicas a los que en este tiempo se puede recurrir, hay un conjunto amplio de marcos normativos que habilitan otros modos de funcionamiento para agrupar estudiantes, para evaluar, para organizar el trabajo docente y para que el trabajo por proyectos permita ir más allá de los límites de cada asignatura que, en algunas provincias se vienen implementando en mayor o menor escala, así como otros modos de participación de los y las estudiantes, en particular en las escuelas secundarias que proponen transformaciones al formato tradicional. Los cambios introducidos en los últimos años al régimen académico de la escuela secundaria van en esa dirección.
Sin embargo, hay que advertir que muchos de los cambios que hace más de una década algunas resoluciones habilitaron aún son resistidos o han tenido poca pregnancia en establecimientos y docentes que sostienen modos más rígidos de una escolaridad que también la pandemia puso al descubierto por su baja relevancia y pertinencia. Las expresiones de los y las estudiantes y sus familias sobre el exceso de actividades con contenidos perimidos o que favorecen poco la capacidad de análisis y la formación en aspectos sustantivos, son uno de los indicadores de esa pérdida de sentido. También lo es el trabajo de funcionarios/as que, desde ámbitos de gestión, proponen instalar otros modos de evaluar que encuentran su límite en prácticas poco permeables a otras dinámicas de trabajo.
La pregunta que dio inicio a esta nota está siendo respondida de muy diversos modos y en ambientes diferentes, aunque hay otras que se abren en este escenario y están siendo y serán objeto de indagación. Por ejemplo, ¿qué de la escuela tradicional quedará indemne y qué se abandonará? ¿habrá algunas prácticas u operaciones que podremos afirmar desaparecieron con la pandemia o, acaso, esta conmoción reclama volver a la vieja normalidad para restituir sus sentidos conocidos aunque perimidos? Seguramente para un conjunto de sistemas, de escuelas, de docentes y de estudiantes la escuela por venir no será la misma y la crisis habrá sido una oportunidad. Para otros en cambio, aún para aquellos sectores que reclaman para sí la condición de ser escuelas de elite la pandemia no habrá modificado posiciones. Este es uno de los aspectos que habrá que seguir indagando.