“Con ánimos de que las avispas se alboroten”

Nota de opinión.
Por ALEJO E ANDRADE, Licenciado en Sociología (UBA), Magíster en Ciencia Política y Sociología por (FLACSO) y doctorando en Ciencias Sociales en la misma institución.
Actualmente se desempeña como becario doctoral del IICSAL (FLACSO-CONICET).
Publicada el 4 de diciembre de 2025.

Me tomaré el atrevimiento de hablar sobre cuestiones en las cuales no me especializo, aun cuando probablemente alguien ya lo haya expresado con mayor agudeza. Aun así, lo haré porque el IICSAL (FLACSO-CONICET) nos ha acogido desde el principio a mí y a mi claustro de pertenencia como parte constitutiva y nos ha dado la libertad para expresarnos. Me siento en casa y quiero colocar sobre la mesa algunas ideas sinceras que resuenan por los pasillos de nuestro querido laberinto flacseano. Anhelo que se transmitan, reciban y recojan.

El planteo consiste en un ejercicio de reflexividad en tiempo presente sobre las maneras en las que acostumbramos a aproximarnos a nuestros objetos de estudio, sobre los modos en los que trabajamos y producimos, sobre las formas en las cuales difundimos nuestros resultados y sobre los lugares donde buscamos financiamiento. No es un ejercicio sistemático ni exhaustivo, es parcialmente conexo, perfectible y voluntariamente abierto. Un atisbo de estas ideas ya asomó en la jornada epistémica-heurística previa al Congreso hace pocas semanas, otro poco se insinuó en el precongreso organizado por el Doctorado, por tan solo nombrar unos pocos ejemplos.

El primer doble clic me interesa hacerlo sobre las realidades que pretendemos abordar. Se trata sencillamente de una cuestión ontológica. Uno de los ejemplos más palpables y recurrentes de ello viene siendo el de las encuestas electorales, que se hallan incapaces de predecir y aprehender a una sociedad que revela cotidianamente su hipercomplejidad. Con múltiples sentidos comunes que circulan por cámaras de eco cada vez más fragmentadas, compartimentadas y autopoiéticas.

El 26 de octubre nos acostamos nuevamente asombrados por los millones de electores movilizados a favor de ideas que nos horrorizan. Ningún político, periodista o académico predijo ese desenlace, sino más bien el escenario opuesto. Desde las elecciones del 7 de septiembre, consumimos 49 días de noticias, de todos los tintes ideológicos, que anticipaban la crisis terminal del gobierno. Desde el CEPEL, del Área de Estudios Políticos y Sociales, advertimos en una nota periodística que había votos en disputa en la Provincia de Buenos Aires. Ni siquiera combinando todos los factores que considerábamos potencialmente a favor de LLA, habríamos podido acertar el pronóstico.

No solo los políticos, sino también los periodistas demuestran cada vez más incapacidad para leer la realidad que estamos viviendo. Lo que ambos grupos manifiestan es su notorio distanciamiento respecto de las sociedades que pretenden interpretar.

Para exculparnos, presumimos una suerte de “efecto elitista” que los distancia de los problemas reales de la gente. Sin embargo, ¿por qué habríamos de estar exentos nosotros?

En cambio, nos percibimos como portadores de una mayor neutralidad valorativa y, con ello, justificamos nuestra excepción a la regla. Sin embargo, para desenmarañarnos, pienso que podríamos comenzar por admitir que también nos recorren corrientes ideológicas y que nos encontramos imbuidos en nuestros propios algoritmos sociales. Hablamos de un “nosotros” frente a un “ellos”, trabajamos desde supuestos sobre lo que es ese otro (muchas veces, sin estudiarlo) y asumimos que, dentro de nuestra comunidad, existe un completo consenso. Como consecuencia, trabajamos desde trincheras de resistencia monolíticas (aunque descoordinadas y presumiblemente endebles) frente a avances que no entendemos y nos desbordan. Un primer paso tiene que ser poner en palabras nuestro propio sentido común. Necesitamos investigadores que nos estudien o, en principio, hacer reflexiones más profundas al respecto. Hay que ser críticos y, para ello, no alcanza con ser de izquierda. Al menos, no como lo concebimos hasta ahora.

La forma en que nos aproximamos a nuestro objeto de estudio se vincula inexorablemente con el segundo punto: cómo trabajamos y producimos. Es evidente que no resulta suficiente abordar nuestros fenómenos desde una única perspectiva o área temática. Explicar el comportamiento electoral exclusivamente desde sus resultados o tendencias históricas de sus partidos políticos en escenarios nacionales y provinciales se queda corto si no lo articulamos, por ejemplo, con las nuevas sensibilidades, deseos, lealtades e identidades políticas que parecieran cambiar esquizofrénicamente de una elección a otra. En efecto, si me guiara por mi recorrido personal y generacional, estos comportamientos parecerían esquizofrénicos.

Se requiere, por el contrario, aunar fuerzas finitas para completar el cuadro inacabado. Esa sería mi segunda propuesta. En FLACSO tenemos los recursos institucionales y humanos necesarios para trabajar de forma interdisciplinaria y contrarrestar este descalibre manifiesto.

La imperiosidad del acierto en la interpretación y el conocimiento que producimos radica en nuestras propias condiciones materiales. Debemos rendirles cuentas a los Estados nacionales que sostienen nuestro sistema y a las sociedades que siguen apostando, de forma más o menos consciente, por lo que hacemos, más aún quienes hemos podido construir casi enteramente nuestra carrera académica con financiamiento público.

Desde las ciencias sociales solemos refugiarnos (o recostarnos) en las ciencias médicas y exactas a la hora de explicar la relevancia del financiamiento a la ciencia y la tecnología. Ese recurso pareciera estar agotándose. El desfinanciamiento público de nuestro sistema está siendo acompañado por una discriminación focalizada sobre las ciencias sociales. La desaparición y desfinanciamiento de áreas históricas del Estado (INTA, INAP, INADI, etc.) nos muestra a las claras que, si el debate no lo damos nosotros y solo apelamos a la inercia, las decisiones las toman ellos. Acá sí pareciera primar una lógica de ellos-nosotros.

Una bocanada de aire en este asedio no solo fueron las marchas multitudinarias en defensa de la educación pública y del sistema de ciencia y tecnología, sino también el “streaming de CONICET”. No sé si nosotros tenemos nuestras propias “estrellitas culonas”, pero sí creo que podemos familiarizarnos con otras modalidades y velocidades de difusión de resultados. Por un lado, amigarnos con la idea de generar impacto por otros medios distintos del escrito, como los audiovisuales. Nos enfrentamos al desafío de cautivar nuevas maneras de prestar atención. YouTube y el resto de las redes sociales están llevando adelante la transformación del consumo audiovisual que la Ley de Medios no pudo. Hay muchísimos más medios ahora que hace pocos años atrás dispuestos a difundir nuestros resultados. No tenemos que crearlos, sino aprender a dialogar con ellos creando nuestros propios consumibles.

En este punto, lo que está en juego es la propia legitimidad del conocimiento que generamos. Si lo que producimos no tiene ningún tipo de impacto en ningún ámbito, seremos prescindibles para los Estados nacionales actuales que muestran cada vez mayor incapacidad para justificar sus propios gastos frente a una sociedad hastiada de las inercias que no dan respuestas.

El debate está abierto y tenemos que poder inscribirnos en él. El reto reside en dialogar con la agenda pública y, al mismo tiempo, abonar a nuestra propia agenda de investigación. Hay que generar consumibles para poder seguir discutiendo entre nosotros en nuestros propios ámbitos, con las reglas que queramos ponerle. A la hora de fundamentar nuestras investigaciones, debemos comenzar a pensar también en su impacto, además de su vacancia dentro del campo de estudio. Es una cuestión de equilibrio.

Para ello, puede ayudar también la velocidad de nuestras producciones. Los influencers y periodistas, totalmente despreocupados por la rigurosidad científica de sus contenidos, se presentan como los portavoces del saber. Si no hallamos maneras de transmitir lo que producimos con menos obstáculos, en plazos más cortos, seguiremos rindiéndole cuentas a un sistema que está dejando de existir. No es un llamado a la productividad, sino a poner atención sobre las limitaciones que nos ponemos nosotros mismos.

Por último, me gustaría transmitir una idea sobre los horizontes de financiamiento. El alineamiento sobreideologizado de nuestra actual diplomacia nacional, en conjunto con nuestra propensión a asumirnos como herederos europeos nos está tapando el bosque. En la actualidad existen fuerzas e ideas surgidas en los márgenes que parecieran ofrecernos nortes alternativos. Son propuestas que se enmarcan en una epistemología periférica donde nuestra formación latinoamericana, cultivada en lo subalterno, posee ventajas comparativas respecto del norte global. Reconocemos mucho mejor la lógica de las desigualdades, tenemos la humildad para aprender del resto del mundo y estamos acostumbrados a resolver con recursos escasos. Estas búsquedas pueden ser individuales, como vienen siendo, pero ganaríamos mucha más potencia si lo hacemos de manera institucional y mancomunada. China es el ejemplo ineludible de ello y, ni bien nos acercamos un poco, evidenciamos lo distantes que somos y lo poco que sabemos de sus particularidades. Ya es hora de aceptar que Occidente dejó de ser el centro del mundo.

Ansío que estas ideas no hayan resonado irreverentes porque, así como me considero parte del problema, también desearía formar parte de la solución. Quiero que aceptemos que la situación actual está lejos de ser promisoria, más aún para mi generación de investigadores, y que no son tiempos para estar inmovilizados. Es curioso que sean las derechas las que creen en las utopías y las que caminan hacia horizontes imposibles. En definitiva, ¿qué clase de ciencia incómoda ejercemos si no podemos sacudir nuestro propio avispero?

En este sentido, como el resto de la sociedad, también nos hallamos adormecidos a fuerza de dopamina instantánea, desconcentración y multitasking. Para salir de esa zona de confort, hay que sumergirse en debates incómodos que prometen resultados inciertos. Lo que aquí intenté fue empezar a abrirlos.