Cuarentena de marzo
Por Nancy Montes, investigadora del Programa Educación, Conocimiento y Sociedad (ECyS) del Área de Educación de la FLACSO Argentina.
Publicado el 27 de marzo de 2020.
Calles vacías, puentes cerrados, edificios con candados, escuelas sin movimiento, universidades con pasillos silenciosos, patios sin bullicio, ciudades enteras con calles y plazas sin gente. A mayor aislamiento social mayores encuentros virtuales. La presencialidad en ausencia.
Aulas sin docentes ni estudiantes, la actividad trasladada al espacio íntimo, a las casas, suponiendo condiciones materiales para sostener tareas y vínculos a la distancia. Algunos/as podemos mudar ese tipo de trabajo, lo veníamos haciendo para diferentes compromisos laborales. Para otros/as, la presencialidad resulta más difícil de reemplazar. Quizás muchos y muchas docentes han participado de espacios virtuales de trabajo como estudiantes, pero no tuvieron aún la responsabilidad de organizar un trabajo bajo esa modalidad en completo a su cargo. La (nueva) tarea de estimar “otros” tiempos, el tipo de actividades que se pueden proponer y responder… nos pone frente a una escena extraña para calibrar qué podemos exigir y exigirnos.
El exceso de información, de alertas, de cuidados, de conteos, de escenarios, de encuestas, de actividades sugeridas para hacer en línea, de memes, de videos también nos resulta difícil de procesar. Estamos a prueba en nuestra condición humana, como ciudadanos/as, como familiares, como funcionarios, como trabajadores/as, como especialistas, como docentes, como estudiantes, todos/as de algún modo con un grado alto de responsabilidad (social) por nosotros/as y por otro/as. También están a prueba los sistemas de salud, los gobiernos, las medidas de seguridad, las redes de conectividad, los medios de comunicación, el transporte. Casi no existe dimensión de nuestra vida cotidiana que no haya sido conmovida por el coronavirus. Virus del que sabemos poco aún, pero nos tiene en un rincón hasta que el campo científico y el sistema sanitario logren domesticar o controlar su evolución.
En tanto analistas y docentes, creo que sentimos la obligación de entender (o de explicar) nuestras conductas, las de otros/as en esta circunstancia que nos recorre globalmente. Hemos asistido a muchas conferencias y hemos leído bastante (y escrito algo también) sobre la inclusión de las TIC en la educación, hasta que algo como el COVID-19 pone en suspenso la presencialidad y nos obliga a usar otros formatos, otros canales, otras aplicaciones, desafiándonos en nuestras capacidades, gustos, deseos, intereses y resistencias. En tiempos de urgencia, no resultará sencillo aunque necesario incorporar otros hábitos, otros saberes, otras disposiciones. De lo contrario, ya lo hubiéramos hecho y estaría resuelto. Acomodarnos a otras rutinas requerirá tiempo, ensayo, tolerancia y cooperación. De quienes más recursos y capacidades tienen para eso hacia los que tenemos menos. Esta cuarentena nos pone a todos/as en un lugar incómodo que requiere además ser cuidadosos/as y pacientes, atributos a los que no estamos seguramente habituados/as, por la misma velocidad e instantaneidad de los modos de vida que habitamos.
Estoy leyendo estos días un libro que se llama Plagas y pueblos, de William Mc Neill, escrito en 1975, con el ánimo de entender cómo esto que nos pasa no es inédito. Quizás lo sea en su escala, seguramente porque hemos modificado (como humanidad) las escalas de llegada de imágenes, de circulación de personas, de objetos y de mensajes. Comparto esta escritura a modo de poner sobre la mesa más que ideas, sensaciones, más que explicaciones, incertidumbres, más que teorías, observaciones desde estos días de cuarentena.