“La pandemia fue una oportunidad de interrumpir el automatismo”

“La pandemia fue una oportunidad de interrumpir el automatismo”
Entrevista a Silvia Duschatzky, coordinadora académica del Proyecto Gestión Educativa del Programa Políticas, Lenguajes y Subjetividades en Educación (PLYSE), del Área Educación de la FLACSO Argentina.
Publicado en el diario La Voz, el 27 de diciembre 2020
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La investigadora cree que la pandemia puso en evidencia la inercia de un sistema educativo en agonía. Cuestiona la estrategia de la continuidad pedagógica, como si nada pasara.

Silvia Duschatzky cree que la pandemia puso en escena la inercia de un sistema educativo en agonía, que intentó moverse durante el tiempo de aislamiento de la misma manera que lo venía haciendo desde hace décadas. Dice que la situación transcurría mientras los ministerios enloquecían a los docentes pidiendo planillas y números de conectados como si “en esa cuenta hubiera algo”.

Duschatzky es licenciada en Ciencias de la Educación, magíster en sociología y análisis cultural e investigadora en educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). Es también coautora (con la semióloga Cristina Corea) de una investigación en escuelas urbano- marginales de Córdoba, realizada en la antesala del estallido social de 2001, que fue publicada en el libro Chicos en banda.

El trabajo investigó la vida de los niños y adolescentes de sectores que viven en las periferias y en la de sus maestros, en su manera de habitar el mundo, para evitar hablar de estas realidades en abstracto.

Este año, dos décadas después, Chicos en banda se reeditó, con nuevos prólogos, pero con el contenido original de la primera publicación.

“Lo interesante del libro es el estado de pregunta activa, muy honesta, que no ofrece solución, pero sí trazados posibles de modo no retórico, concreto”, apunta Duschatzky respecto de la oportunidad de la reedición.

–¿Cuánto hemos avanzado en estos 20 años en relación con los niños, con la escuela, con la pobreza y con los aprendizajes? ¿Con qué nos encontraríamos hoy si repitiéramos la investigación?

–No pienso el tiempo como una línea ascendente, por lo que me cuesta pensar qué es avanzar, ¿ir hacia dónde? Si nos preguntamos si los problemas que encontramos hace 20 años hoy no estarían, lo que diría es que cuando pensamos en problemas no estamos pensando en cuestiones por eliminar. Si en el dato bruto lo que ves es un pibe en un estado de violencia extrema, cuando lo pensamos como problema le damos una vuelta para tratar de encontrar alguna punta que permita dar vitalidad a una situación o hacia la posibilidad de su mutación. Puede haber datos similares en términos cuantitativos, pero no hacen más que reforzar la noción de que el neoliberalismo, para acumular y concentrar en pocas manos, necesita precarizar y desposeer a gran parte de la población. Lo que se conserva en el tiempo es un espíritu de investigación, una mirada sobre los problemas que intentamos no pensarlos como mero déficit, sino como la posibilidad de asumir un poder para perforar algo de lo que aparece establecido. Es la misma lógica que hace 20 años, con nuevas lenguas y manifestaciones diferentes. Pero siempre se trata de encontrar alguna punta que permita una apuesta en términos de alteraciones o mutaciones que no sean producto de voluntarismos, de ideales, de relatos o de manipulaciones del investigador.

Un contexto diferente

–¿La escuela ha tenido en tiempos de pandemia un rol similar al que visualizaron en aquel entonces? Me refiero a ser el nexo, el hilo sostenedor de las infancias y juventudes que viven en la periferia.

–Pretendió tener ese rol y es el gran desastre. Si en un tiempo tan inédito como el de una pandemia sólo tendemos a movernos igual, no estamos entendiendo nada. Y la escuela trató de moverse igual con la continuidad pedagógica, lo cual quizás tiene, por parte del Ministerio (de Educación), la buena voluntad de pretender la conexión con todos los pibes. Que algo del enlace no se perdiera. Al no poder estar en la escuela, se apeló al recurso tecnológico. Por ejemplo: el 25 de Mayo, una directora pone un fondo patriótico en su casa con un prócer, la Escarapela, el guardapolvo y toda la solemnidad. En medio del discurso pasa su perro y lo putea. La puteada al perro, y el perro como intruso, evidencian la parodia. Valoro los intentos de mantener la conexión con los recursos que fueran necesarios, pero es una parodia tratar de mantener lo que se hacía como si nada hubiera pasado. Lo que pasó pone en cuestión el valor de lo que hacíamos, que se sostenía en función de un tiempo lineal, de una promesa, de una meta. Se intentaba explicar al mundo, pero sin que el mundo entrara a la escuela. Resulta que ahora entra y pone de manifiesto que no se trata de explicar al mundo en una caja curricularizada, sino de leer aquello que ya no se puede tapar. En este ejemplo, el perro es la expresión del ingreso del mundo que no puede ser conjurado. No hay continuidad vital si se conserva una forma. Por suerte hay maestros, espacios, que intentaron pensar los derrames. Fue la oportunidad de interrumpir el automatismo.

–Cambió todo y hubo que reinventarse…

–Otro ejemplo: una clase donde un pibe se conecta desde el “bondi” y una chica desde la bicicleta. Desde la continuidad pedagógica, la sensación es que así no se puede dar clase. Sin embargo, desde ahí se puede pensar una escuela donde ya no hay un dispositivo físico que lo diferencia del resto de la ciudad. Son preguntas que no estaban en la escuela, pero son interesantes. Y son interesantes solamente porque ocurren entre la gente, hacen a la vida misma. ¿Y qué es la escuela si no puede pensar la vida como acontece y no como quiero que acontezca según la currícula? Todo esto fue muy difícil de pensar, porque los ministerios enloquecieron a los docentes pidiendo planillas, números de conectados… como si en esa cuenta hubiera algo. Es muy difícil entonces silenciar el parloteo pedagógico ante el bodoque de exigencias ridículas. La pandemia puso más aún en escena la inercia de un sistema en agonía. Desde el espacio “La escuela en la nube”, en vínculo con 100 personas de la región, realizamos intervenciones en la calle, mantuvimos espacios de intercambio para pensar una pedagogía de la interrupción.

–¿Siguen siendo tan invisibles esos chicos que viven en las márgenes de las ciudades? ¿Qué respuestas dan las escuelas? ¿Cuánto pueden, en verdad, hacer? ¿Y cuánto cree que han podido en tiempos de Covid?

–No creo que se pueda hablar de invisibilidad. De hecho es tan visible que es intolerable para muchos. Vemos gente en situación de calle y sabemos que podríamos ser nosotros. Eso es lo que pasa en el neoliberalismo. Ese miedo de los sectores medios cambia la configuración. No queremos ver, pero es imposible porque los veo, me tocan el timbre a cada rato. Están en los medios cada vez que se habla de inseguridad. No es invisible aquello en lo que se insiste para inocular el temor. La precariedad es extrema y creciente, mientras sube también la hiperproductividad. Eso produce una gran impotencia. Mientras tanto, subterráneamente pasan algunas cosas. Podemos decir que fracasamos en términos de grandes políticas para que algo de eso se mitigue, pero siempre hay experiencias que proponen modos inéditos.