Trabajo y agencia ante una relativa cuarentena mexicana
El Dr. Julio César Becerra Pozos, investigador asociado del Programa de Estudios y Relaciones del Trabajo de la FLACSO Argentina e investigador del Instituto Mexicano de la Juventud, analiza en la nota el trabajo y la agencia en la cuarentena mexicana.
Recién bajo de la oficina (tuve que asistir por razones imprevistas) y el Paseo de la Reforma está desértico, unos pocos autos recorren esta avenida, otrora saturada de tráfico vehicular durante todo el horario laboral; en la colonia en que vivo sucede algo similar, cafés, galerías, teatros, restaurantes y bares están cerrados salvo por las tiendas de grandes cadenas 24/7 y algún Starbucks que solo oferta servicio para llevar; es una postal coherente con las imágenes que circulan en los diarios de todo el mundo sobre avenidas, parques y plazas en un estado casi fantasma. Sin embargo, se hace un fuerte contraste con áreas periféricas como Ecatepec, localidad del Estado de México que hace apenas algunos días visité por motivo de trabajo y en que la actividad comercial y laboral parecía haber disminuido muy poco o nulamente, casi como si la pandemia no tuviese eco en un municipio con casi dos millones de habitantes y que, al día de hoy, ya cuenta con 265 casos confirmados de Covid-19.
Una amiga radicada en la gentrificada área de Coyoacán escribe, “me da gusto ver que muchos mexicanos estamos siendo responsables, pero lamento que haya tantos desconsiderados que les vale madre lo que está pasando y los demás”, tal afirmación nos obliga a repensar en qué consiste lo que llamamos responsabilidad y en quienes tienen el privilegio de poder ejercerla libremente, no es tan simple como decir que a los otros les vale madre (no les importa) la emergencia de salud. Si consideramos que el sector informal de la PEA oscila en 31.3 millones de personas (INEGI 2020) y que existen 22 millones de personas ocupadas y en situación de pobreza (CONEVAL, 2018), se hace presente el impacto que genera en las familias el rezago económico derivado de que gran parte de la economía de tránsito se ha detenido, en algunos rubros se extingue casi en su totalidad.
Así, puestos de comida semi fijos (tacos, tortas, tamales, jugos, ensaladas), locales de comida corrida, restaurantes, vendedores ambulantes, quienes venden comida en bicicletas y afines; taxistas, operadores de Uber y hasta lavadores de autos y limpiaparabrisas, performers y vendedores en semáforos, encuentran seriamente mermados sus ingresos. A ello debe sumársele que el decremento no solo impacta en el presupuesto para manutención y las tareas de reproducción, pues la gran mayoría de trabajadores (subordinados y no subordinados) han adquirido deudas relacionadas directamente con su actividad laboral, como lo es el caso de los trabajadores del volante y sus préstamos de autofinanciamiento, o el costo de las rentas de los locales comerciales, por mencionar algunos. Vale la pena preguntarse, sin seguridad social ni ingresos para las tareas básicas de manutención familiar, que tan cómodo es juzgar como un acto de irresponsabilidad el continuar saliendo a laborar, por otro lado ¿existe una verdadera capacidad de agencia como para decidir quedarse en casa?
El otro lado de la moneda tampoco se encuentra en el empleo formal, durante el periodo de la llegada de la pandemia, del 13 de marzo al 6 de abril se han perdido 346,878 empleos con registro en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) de los cuales 55,591 corresponden únicamente a la CDMX (SEGOB, 2020), entre los que también han perdido su empleo (momentánea o definitivamente) son quienes laboran en la industria de servicios y cuya principal fuente de ingreso es la propina que puede llegar a ser hasta cinco veces mayor que lo obtenido por medio del salario. Empero, ante la indicación federal de realizar las actividades laborales desde el hogar, en modalidad de home office también existe un sistemático proceso de precarización y riesgos psicosociales, ambos disfrazados por narrativas de solidaridad e incluso prácticas directas de intimidación y miedo.
De la industria privada podemos mencionar aquellas que, bajo un mensaje de solidaridad ante la contingencia, van a “permitir” que se continúen con las tareas desde el hogar, pero con significativos recortes al salario. Ya sea con una justificación de que si no se aceptan estos recortes la empresa no podrá funcionar, o que “es por el bien de todos”, hasta el descaro al estilo Sinatra de It´s my way or the highway. Con la intimidación y miedo generadas al pensar en ser un desempleado más, se antoja difícil que haya capacidad de agencia para “aceptar” o resistir los recortes salariales o el incremento y polivalencia en la carga de trabajo, dejando de lado el estrés y conflictos intrafamiliares que puede acarrear el aislamiento domiciliario aunado a la presión de ser más productivo en un entorno en que la salud física y emocional se encuentran en constante riesgo.
En contraste, la política social del caso mexicano destaca que se ha mantenido coherente con la primicia gubernamental de “Por el bien de todos, primero los pobres”, con acciones que implican grandes erogaciones presupuestales en el adelanto del pago de pensiones a personas adultas mayores, pensiones a personas con discapacidad y condiciones de precariedad estructural; se trata de una propuesta económica que, aunque carente de mayor inventiva para hacer frente a la crisis, se ha enfocado en seguir adelante y sin recortes, con todos los programas sociales (como Jóvenes construyendo el futuro, Sembrando vida y Becas para el bienestar) así como los proyectos prioritarios como el Tren Maya. La estrategia paliativa para el paro económico en la industria de servicios, restaurantera y la micro empresa se cimienta en el otorgamiento de microcréditos, a la palabra y sin intereses. Básicamente, recortar el gasto del gobierno hacia una más rigurosa austeridad republicana.
Aún con las acciones atrás descritas, es innegable que la pandemia actual ha desnudado y expuesto nuevamente el carácter clasista y altamente desigual de nuestra sociedad, a la par que muestra que el monopolio de la moral y lo correcto permanece en las élites donde “los responsables” son los más privilegiados y con trabajos estables o de puestos gerenciales y directivos, quienes a su vez tienen la capacidad de agencia para decidir el grado de involucramiento laboral y social que deseen posicionar ante la situación propiciada por la pandemia de Covid-19, mientras tanto, para la mayoría, queda la decisión de qué riesgo -además del malestar psicosocial- se prefiere enfrentar en su versión más severa: el económico o el de la salud.